Muamar el Gadafi murió a primeras horas en Sirte, poco después de haber sido herido por un ataque aéreo de la OTAN y liquidado por
los rebeldes. Su muerte y la caída de esa ciudad, en la que nació hace 69 años,
significaron el fin de las hostilidades en Libia, que empezaron hace ocho meses
en Bengasi, y la definitiva victoria del Consejo Nacional de Transición
(CNT).
Ahora es fácil que los primeros ministros del mundo democrático comparezcan ante
las cámaras para congratularse de la desaparición del dictador de los mil
disfraces. Hace apenas un par de años, los mismos políticos le recibían con
los brazos abiertos esperando conquistar sus petrodólares y los medios de
comunicación hacía comentarios acerca de la jaima, la camella y la guardia
personal de 30 vírgenes, que le acompañaban en sus viajes.
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